DISPOSICIÓN Y ACCIÓN. VIVIR.

Retomando las ideas vemos que si el individuo tiene fe en sí mismo puede encontrar la esperanza en su propio ser, en su esencia, lo cual ocurre en tanto tenga vida o, mejor, en tanto mantenga la predisposición a mantenerse con vida, ya que su esencia sólo existe si existe su vida. No hay así posibilidad de tener esperanza si no se manifiesta la predisposición a la vida. Quien no tenga fe en sí mismo se ha quedado sin esencia. Está muerto.

Si ese mismo hombre, además de tener fe en su esencia, tiene fe en las circunstancias que permitieron y permiten su esencia, encontrará la esperanza si se mantiene la ocurrencia de dichas circunstancias, lo que ocurre sólo si él desempeña la función que las mismas circunstancias le asignan. No hay posibilidad entonces de que tenga esperanza si no cumple con lo que su posición en la ocurrencia de las circunstancias le impone.

Vemos hasta aquí que el hombre con fe en su esencia y en las circunstancias que permitieron su existencia tendrá la posibilidad de encontrar la esperanza, pero queda implícita la idea que si no encuentra fe en su madre, quien es el elemento principal en su existencia y en las circunstancias que originaron su existencia, no encontrará la esperanza. Aunque éste resulte un tema de difícil resolución o análisis es necesario tratarlo. Quien no tenga la posibilidad de manifestar su fe en su madre no tiene posibilidad de tener esperanza, siendo indistinto para esto que su madre esté o no con vida o esté o no presente en su vida.

La existencia está indefectible e imprescindiblemente relacionada con la madre, aún cuando la ciencia provoque situaciones en las que aparezca innecesaria la presencia de ella. Nos equivocamos si consideramos aquí a la madre sólo desde el hecho físico de su existencia. La idea de madre es omnipresente, aún cuando el hombre sea concebido o creado mediante un acto científico. Será más difícil para este hombre así creado el encontrar la fe en lo que la palabra “madre” comprende como idea en este trabajo, pero deberá encontrarla, de lo contrario no tiene posibilidad de tener esperanza.

Manifestada la fe en la madre o en la idea que suscita la palabra “madre”, se hace evidente que, aunque sea inicial y primariamente, el hombre deberá encontrar su fe en el grupo al que esa madre pertenece para tener la posibilidad de hallar esperanza. Podrá con posterioridad decidir cambiar de grupo por lo que en esa ocasión considere, no obstante deberá encontrar o depositar la fe en el grupo y ello lo logrará si visualiza como óptimas las circunstancias que mantienen la existencia del grupo para desarrollar su propia existencia dentro de él.

En principio no habría ningún otro grupo mejor para el desarrollo de la existencia del hombre que aquél en el que fue posible que existiera, aún cuando se interpongan aquí consideraciones de otra índole distintas a las meramente existenciales. Si el hombre obtuvo su esencia y existe lo es por la ocurrencia de circunstancias propias del grupo donde se originaron los hechos que así lo posibilitaron.

El cambio de grupo puede facilitar el encuentro de la esperanza por cuanto, habiendo perdido la fe en el grupo original, ahora la deposita en este nuevo grupo.

Tanto si la fe la mantiene depositada en el grupo original como si cambia de grupo y deposita su fe allí, el hombre deberá interactuar con las circunstancias que en el grupo elegido estén establecidas, realizando los actos que le sean impuestas por las normas del mismo grupo para lograr que los eventos produzcan las circunstancias necesarias para seguir confiando, lo cual determina el desarrollo del grupo que, a su vez, retroalimenta la fe depositada en ese grupo.

La esperanza del hombre entonces estará fundada en la confianza que determinan los hechos generados por los individuos dentro del grupo en el que se mantiene como producto de la fe que en él deposita.

Claro es el hecho que el desarrollo del grupo está íntimamente ligado al empeño que cada individuo ponga en cumplir con las normas que aseguren la ocurrencia de las circunstancias por las que el mismo grupo existe, pero si esas circunstancias empiezan a ser vistas por el hombre como no aptas para su desarrollo personal, ya sea como individuo o como parte de un subgrupo, es lógico pensar que ese hombre no se desempeñará tal y como el grupo espera que lo haga y ello porque ya no conseguirá confiar en que las circunstancias le serán propicias, perdiendo su fe en el grupo y, por ende, imposibilitándolo de encontrar esperanza. Se mantendrá en el grupo en tanto y en cuanto halle la oportunidad para cambiar de grupo o para hacer cambiar las circunstancias en las que opera el grupo, lo que encuentre más cercano en el tiempo o más posible de realizar.

Es en esta etapa donde juega un papel fundamental la fe que el hombre tenga en la organización, los líderes y los dirigentes del grupo. Si no tiene fe en estos elementos o si las circunstancias en las que se desempeña dentro del grupo no hacen posible que visualice con confianza su futuro, seguramente que no encontrará la esperanza ni para con él ni para con el grupo.

La organización del grupo se logra por los actos de sus líderes y es la misma organización la que determina la aparición de los dirigentes, quienes podrán ser los mismos líderes que establecieron la organización del grupo o no, o, tal vez, algunos de ellos.

Está implícita aquí la fe que los individuos colocan en la ocurrencia de los hechos que marcan las circunstancias de la organización del grupo, de lo contrario no sería posible la propia organización.

El hombre tendrá fe en la organización del grupo en el cual eligió permanecer en función de la confianza que deposite en los actos de los líderes del mismo y, por ende, en la fe que en esos líderes tenga, fundamentada en la posición que éstos hayan asumido ante el grupo previo a la valoración que de ellos realice ese hombre.

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